La arquitecta Irene Val desarrolla la serie “MINIMAL ORGÁNICA”, un proyecto artístico de carácter abstracto y orgánico que se fundamenta en la filosofía del minimalismo orgánico, corriente cultural inspirada en el minimalismo en relación con la naturaleza. Sus obras se crean a partir de elementos simbólicos, metafóricos y repetitivos, reducidos a su esencia, con la intención de retocar la naturaleza para aproximarla a un ideal y reintroducirla en el ámbito artístico.
El proyecto explora formas naturales como la piel del pepino, los frutos del cactus, las escamas, las colmenas o las ampollas, junto con imágenes microscópicas de células vegetales, protozoos, bacterias u osteoblastos. Estos referentes son transformados en estructuras abstractas y minimalistas. De esta manera, Irene Val recrea y reinterpreta formas orgánicas para revitalizar la naturaleza muerta, fusionándola con el arte contemporáneo.
En MINIMAL ORGÁNICA, la repetición y reducción de las formas, características propias del minimalismo, generan composiciones armónicas y estructuras biomórficas que evocan lo natural. A su vez, se incorporan metáforas, símbolos y expresiones emotivas que dotan a las piezas de un lenguaje poético y sensorial. Las texturas táctiles, los relieves y las superficies sensibles sugieren inestabilidad, flexibilidad y variación, ampliando el repertorio de la naturaleza con nuevas creaciones artísticas.
A diferencia del Minimal Art, más centrado en la geometría fría y en la impersonalidad, el minimalismo orgánico recurre a formas sinuosas e irregulares, colores neutros y monocromáticos y superficies matéricas. El arte contemporáneo, sin embargo, convive con una paradoja: mientras el minimalismo ganó fuerza en la cultura de masas desde la definición de Richard Wollheim en Art Magazine (1965), rechazando el simbolismo y la subjetividad, el minimalismo orgánico propone precisamente lo contrario: volver a las metáforas, a lo vital y a lo natural.

En
conclusión,
el minimalismo orgánico y la arquitectura biodigital avanzan en
paralelo como tendencias del siglo XXI que, aunque difieren en sus
medios —artesanía frente a tecnología digital—, comparten un
mismo principio: el respeto por el organicismo y la integración
armónica con el medio ambiente.
Este enfoque no deriva directamente del Arte Povera, el Postminimalismo o el Land Art, sino que se conecta con las propuestas pioneras de Arquitectura Genética y Arquitectura Biodigital de Alberto T. Estévez, iniciadas a comienzos del siglo XXI. Dichas corrientes buscan diseñar proyectos ecológicos con materiales vivos, apoyados en la robótica y la cibernética. En este sentido, el minimalismo orgánico se inserta en la misma sensibilidad medioambiental, pero desde un enfoque artesanal, no tecnológico.
El minimalismo orgánico también dialoga con la tradición artística, recuperando referentes como el Modernismo, el Barroco, el Art Nouveau o el estilo gaudiniano, actualizándolos con técnicas contemporáneas, nuevas ideas y una sensibilidad renovada hacia la naturaleza. Aunque persisten repeticiones temáticas y estilísticas, este movimiento abre el camino a una generación de obras accesibles, abiertas a la sociedad y comprometidas con lo natural.


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